Obnubilados por “la gran ilusión” de tener derecho a “satisfacer
ilimitadamente nuestros deseos materiales” promovemos, justificamos, valoramos
sistemas ideológicos, culturales, jurídicos y económicos donde: es más
importante “tener” que “Ser”; lo útil prima sobre lo valioso;
la inmediatez sobre la trascendencia; la irresponsabilidad sobre la
responsabilidad; lo individual sobre lo común; las divisiones sobre la
totalidad.
Toro de Wall Stret Imagen de Internet. Uso didáctico. |
En algunas narraciones el animal es montado y
domesticado, en otras, la bestia es destruida por
el valiente Teseo, hijo de Egeo. Aquí, la inteligente Ariadna, enamorada de
Teseo, le ruega que se abstenga de ingresar al peligroso laberinto. El riesgo
era doble, primero, matar al minotauro,
y luego, encontrar la salida del
laberinto. Ariadna entrega a Teseo un ovillo que deberá atar a la entrada y
luego, de resultar triunfante, siguiendo “el hilo de Ariadna” encontraría el camino de retorno
La palabra "laberinto" deriva de una
antigua palabra inglesa que significa aturdir,
confundir, enredar. El toro simboliza el deseo animal, los apetitos
ilimitados, los primitivos instintos. La isla
de Creta con su laberinto y toro nos remiten a “la gran ilusión”.
La gran ilusión
La civilización de nuestro tiempo, parece atrapada en “la gran ilusión” de creer que tiene legítimo
derecho a satisfacer irresponsablemente apetitos ilimitados; quizás aturdida, confundida, enredada no encuentra “el hilo de Ariadna” que le permita transformar los actuales modos
de extracción, producción, distribución, consumo y tratamiento de desechos.
Nuestra especie es resultado de millones de años de evolución, una simple
pasajera de un hábitat creado, durante eones, por el Universo. ¿Hemos perdido
la perspectiva? ¿Cómo se nos ocurre sentirnos propietarios del planeta? ¿Qué
planeta habitarán nuestros nietos? ¿Cómo se llega a esta instancia? ¿Por qué
estamos atrapados en laberinto? ¿Cómo podríamos vencer al Minotauro?
Tomar el control o morir
Un dilema se avizora: ¿Montar o matar al Minotauro? Montar un
animal significa tomar el control. ¿Deberemos enfrentar lo ilusorio y tomar el control de nuestros irresponsables
deseos? ¿O tal vez, como lo propone el mito de Ariadna, debamos dar muerte al
forajido animal y encontrar el camino de regreso? En este caso, ¿Cuál será el
hilo que debemos tender para sobrevivir?
Corremos
apresurados detrás del consumo, aceptamos la idea de que todo es descartable, valoramos
lo fugaz. Pequeñas muestras ponen evidencia, de modo contundente, el hábito del
“use y tire”: los celulares, los artefactos, los envases, las toneladas y
toneladas de basura. Entonces, ¿cuál es el problema? ¡Es evidente!: El toro en
el laberinto tiene deseos ilimitados y nuestro ecosistema es limitado.
¿No
le parece un gran problema? ¿Cómo satisfacer deseos ilimitados en un mundo
limitado? Los recursos del planeta se agotan, los ecosistemas gritan
(inundaciones, sequías, muerte masiva de animales, contaminación, etcétera) evidenciando
el tremendo impacto de las actividades humanas. En suma, no queda tiempo, tomamos el control o morimos.
Es
innegable, es obvio, estamos en el punto
de no retorno. La cultura de “satisfacción de deseos ilimitados” justifico
la construcción de un laberíntico entramado de subjetividades políticas,
jurídicas, económicas y culturales por las cuales nos deslizamos ciegamente al
abismo.
Quizás, los salvajes y perentorios deseos son tan poderos, que muchos,
aún conscientes de su peligrosidad, preferimos no derribar sus pasadizos
secretos ¿Nos falta coraje? ¿No
sabemos cómo hacerlo?
Otros, ¿es posible que desconozcan su existencia y peligrosidad?
¿Creerán que es otro Toro? ¿Acaso lo confunden con el Toro de Wall
Street? El bravío animal, flexionado en sus patas delanteras, con la cabeza ligeramente a punto
de embestir resulta un símbolo inspirador para adentrarse en el
corazón financiero del mundo: la meca de muchos jóvenes egresados de
altos centros de estudio. En lujosas, y cibernéticas oficinas, aprietan botones
y tejen toda suerte ardides; así, tal como el cuadrúpedo, se sienten
inspirados, y con derecho genuino, a satisfacer sus ilimitados apetitos de prosperidad
económica y financiera.
Miles, ciento de miles, de prestigiosos y reconocidos pensadores -y
hacedores- nos alertan y emprenden riesgosas travesías intentando resguardar a
los humanos de los deseos devoradores del toro salvaje. Señalan los graves
problemas y se ocupan arduamente por amortiguar los efectos catastróficos de la
codicia depredadora del brutal animal; sin embargo, parecen chocar “con alguna pared invisible” donde los
esfuerzos son neutralizados, diluidos, o simplemente, destruidos.
¿Qué sucede? quizás, ¿existe vocación suicida? o ¿son tan poderosas las
fuerzas del laberinto que la racionalidad de muchos no puede resistir o
modificar?
El actual laberinto está diseñado mediante complejos sistemas regulados
por ideologías, sistemas jurídicos y políticos –las superestructuras- y los particulares
funcionamientos de los sistemas sociales, culturales y económicos. Los efectos
no son azarosos sino los emergentes esperables de la conciencia contenidos en
los mismos: de los perales crecen peras.
No hemos dimensionado las consecuencias
Es tiempo enfrentar al “toro salvaje” que llevamos dentro, antes sugiero
comprenderlo, a lo mejor, logremos “montarlo”. El forajido animal es el
resultado de “un estadio evolutivo de la conciencia colectiva”: el egocéntrico.
Este estadio resulto un avance evolutivo, son tiempos de estadios de conciencia
más amplios, profundos e integradores.
Las actuales crisis, los
desastres económicos, sociales y ambientales han sido, y son, los síntomas que evidencian nuestros
devoradores apetitos y la incapacidad que hemos tenido para percibir las
consecuencias de nuestras acciones. Tal
como los niños no hemos dimensionado las consecuencias de nuestro accionar.
En esta instancia evolutiva: estamos despertando. Estamos creciendo en
conciencia: muchos seres humanos, en todo el planeta, pueden discernir respecto
de las consecuencias. ¡Qué bueno! ¡Nos damos cuenta! Sólo se perciben las
consecuencias del accionar desde un estadio evolutivo superior. ¡Genial!
Entonces, estamos progresando. Ahora podemos registras los efectos de nuestros
desbocados apetitos… quizás podamos controlar al toro salvaje, y no matarlo.
En suma, se torna evidente que los deseos ilimitados, y sin
discernimiento de sus consecuencias, nos han arrojado al abismo. Por otra
parte, no se trata de matar al deseo sino, más bien, de reorientar el deseo hacia la satisfacción del bien común, el
mantenimiento del equilibrio de los ecosistemas, la valoración de lo perdurable
sobre lo efímero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu participación. A la brevedad tu comentario será publicado.